¿Premio de consolación o premio a la mediocridad?


No Es Personal // por Moisés Grimaldo 

En Tlaxcala se ha vuelto casi una tradición política: quien aspira a la gubernatura y no lo logra, termina “premiado” con una presidencia municipal, una diputación o hasta una secretaría. Como si competir por el cargo más alto del estado fuera un boleto automático para seguir viviendo del presupuesto público.


La pregunta es inevitable: ¿merecen estos aspirantes un premio de consolación?

¿O más bien estamos normalizando un sistema que recicla a los mismos perfiles, aunque la ciudadanía ya no los quiera?


Porque ser candidato a la gubernatura no significa—ni debería significar—tener derecho a un cargo menor. Tlaxcala no necesita políticos que busquen acomodarse; necesita liderazgos que tengan verdadero arraigo territorial, trabajo comunitario y trayectoria comprobable, no solo apellido o cercanía con el poder.


La lógica del “premio” tiene dos problemas graves:

1. Rompe con la meritocracia democrática.

La gente vota por quienes conoce y reconoce, no por quienes fallaron en una contienda mayor.

2. Impide la renovación política.

Cuando los mismos rostros se reparten cargos una y otra vez, los espacios para nuevas generaciones simplemente no existen.


Si un aspirante a la gubernatura perdió, lo correcto es que regrese a caminar, a tocar puertas, a construir. No que le asignen una diputación plurinominal o una alcaldía como si fuera un compensatorio.


Los partidos deben entenderlo: Tlaxcala no quiere políticos reciclados. Quiere políticos responsables.

Y eso empieza por dejar de ver los cargos públicos como premios personales y comenzar a verlos como lo que son: mandatos del pueblo.

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